Por Tía Mey, en colaboración con Asexuales México y América Latina.
Empecé a cuestionar mi orientación sexual en la universidad, a mis veinte años. Antes de eso solamente se me hacía extraño que no me llamaran la atención las mismas cosas que mis compañeros: mientras que yo seguía emocionándome por ver Dragón Ball Z y encontrar canciones en japonés en la era del Napster, mis compañeres y amigas, ya andaban alborotándose entre elles.
Tenía amigas lesbianas y ellas llegaban a cuestionar mucho (no sé si en broma) mi manera de vestir, peinarme o actuar diciendo que, por eso mismo, yo era una de ellas y no lo sabía. Realmente eso se quedó en mí como una espinita, sobre todo porque ya en algún momento, en la secundaria, un maestro citó a mi mamá para decirle: «Su hija es una señorita y debe vestirse como tal», así que mi forma de ser, nuevamente, volvió a ser tema de cuestionamiento. Además, llevaba cinco años en una relación con un muchacho de la cual el tema sexual era complicado (chantajes y abuso en gran escala).
Le di muchas vueltas al tema en mi cabeza un par de días, pero siempre llegaba a la conclusión de que no me atraían las mujeres: no me veía besando a una mujer, mucho menos en intimidad; claro que podía decir si una era hermosa, tenía buen cuerpo o bonitas facciones, pero hasta ahí, nada referente a dar un paso más que sólo admirarle.
Al terminar esa relación abusiva, que tuve desde los 15 años hasta los 26, entré (medio año después) en otra relación en la que pudiéramos decir que todo estaba bien al principio: la intimidad, el romance, todo era nuevo y fresco, y me hizo cambiar mi opinión en cuanto a malas experiencias sexuales y no tenía del todo problemas con ello. En cierto punto, llegábamos a acuerdos, hasta que éstos tampoco fueron suficientes: insistencia y reclamos, segunda vez que en mi vida la sílaba/palabra «NO», dejó de tener significado. A la larga, con todo esto, ya me había resignado a vivir una vida así.
Hasta que me empezó a aparecer de la nada, en Facebook, contenido de una página LGBTQ+ gringa, y con el tiempo llegaron a poner información que incluía la bandera asexual. En ese entonces ni siquiera me fijé en el concepto, sino en que los colores de la bandera se me hicieron curiosos porque yo era amante del morado y me gustaban el negro y el gris, pero de ahí no pasó.
No sé si fue semanas o meses después que esa misma página compartió un escrito que de pura casualidad me detuve a leer, porque me pareció algo que se me hacía familiar, algo me hizo clic: era una vivencia, yo me asusté porque era como leer algo escrito en mi diario, algo escrito por mí. Por un momento casi entro en pánico pensando que mi ex, el de la década, había compartido algo sobre mí y decidí seguir leyendo con el corazón en la garganta, con miedo, con adrenalina, pero no podía dejar de leer.
Cosas como: «He sentido que no encajo porque mi pareja quiere sexo, pero a mí no me llama la atención, cree que no lo amo, me reclaman el no dar sexo en la relación», etcétera, resonaron mucho en mí, y otras cosas que ya no recuerdo. Pero algo se encendió, algo hizo clic y me puse a contactar a las personas de la página, a buscar información… Eran nuevos en el tema, no sabían darme toda la explicación, me recomendaron contactarme con un sitio web (asexuality.org, la red para la educación y visibilidad asexual). Les escribí, no tuve pronta respuesta, entonces empecé a investigar por mi cuenta, a leer vivencias en grupos en inglés y artículos, todo lo que se pudiera encontrar (la mayoría en Inglés); fue un hiperfoco muy fuerte querer investigar del tema porque sentía que, entre más leía, más iba descubriendo de mí misma y entonces encontré un grupo Méxicano de asexuales, eramos 28 aproximadamente cuando ingresé y no había información como tal, solo dibujos de personajes y cosas compartidas, entonces se me ocurrió empezar a traducir y compartir la información que me topaba para que poco a poco se fueran informando.
El desafío más fuerte fue la aceptación y la negación que viene con el darte cuenta de que, probablemente, seas asexual.
Para empezar, la ignorancia o poca información en Español que había en el tema en ese entonces. Después, la duda de si realmente había algo de malo en mí (ya de por sí desde los 14 me decía que algo no andaba bien comparándome con demás compañeras de escuela) y algunos medios y profesionistas decían que era un trastorno. Entonces quería realmente saber, ¿qué era esto que NO sentía?, y procedí a hacer lo primero que se me ocurrió como buena persona de ciencia (jajaja): hacerme cuanto análisis pude como si el dinero brotara de una maceta.
Tomografía y rayos X de cráneo, varios análisis hormonales… Cuando le comenté a mi mamá, en una discusión, que era asexual, me llevó a hacerme ultrasonido de ovarios (honestamente no sé qué rayos entendió por “asexual”), lo cual agregó otro análisis a la lista. Yo esperaba encontrar algún tumor o tener algún testículo escondido, algo que explicara todo esto pero no: cada que uno salía negativo intentaba otro. Sólo me faltaron “análisis” psicológicos, pero esos vinieron muchos años después y pues, como meme, que sea asexual no quiere decir que este traumada, digo, estoy traumada pero NO por ser asexual. Jajaja.
Pero, de los resultados, ninguno arrojó nada anormal, no tenía algo que me dijera: «No sientes atracción por un tumor, por un desequilibrio hormonal» o algo así. Fue como arrodillarme ante una ola gigante y asimilar que mis experiencias se trataban de las de una orientación, no un trastorno.
La información del espectro asexual me ayudó mucho. Al leer, primero me identifiqué como demisexual, pero después me di cuenta, estando con mi pareja de ese entonces, que tampoco me atraía: no sentía lo que mi pareja sentía por mí, esa etiqueta no me representaba como tal, podía admirar su cuerpo, pero simplemente no me provocaba nada y acepté que tal vez la de asexual se ajustaba mejor.
Encontré páginas y grupos en Inglés que, al compartirles mi experiencia, me apoyaron y confirmaron que tenían vivencias parecidas a las mías, ayudándome a comprender que no estaba sola, que mis impresiones no eran aisladas, que había más gente que me entendía y había vivido algo muy parecido a lo que yo. Esto me dio un sentido de pertenencia, me hizo sentir que poco a poco algunas piezas iban cayendo en su lugar.
Me ayudó, sobre todo, las experiencias de personas en parejas, tal vez al juntarse por amor… Pero la parte sexual siempre era un tema de discusión (si su pareja si sentía atracción sexual “normal”), lo que en mi caso así fue, y sufrí muchas malas experiencias por ello, por intentar cumplir expectativas íntimas ajenas y forzarme a ciertos ideales que la sociedad me implantó desde pequeña.
El de encontrar una segunda familia, en sí, la primera familia que entendía mi sentir, mi dolor y mi lucha, la primera que me validaba mis sentimientos o en algunos casos, la falta de experimentar ciertas cosas.
Yo creo que me fui a Júpiter en mi percepción de mí misma al darme cuenta de que mi experiencia tenía nombre y que había muchísimos más como yo, de todas las edades. Por fin supe y entendí lo que sí y lo que no sentía, y me juré a nunca más obligarme a nada por nadie si no me nacía, no cumplir expectativas intimas de nadie más a menos que se platicara y llegara a acuerdos. Mi lema se convirtió en la comunicación es clave.
Si pudiera decirle algo a alguien pasando por lo mismo o algo similar sería: La ropa no define ni un pepino: ni tu orientación ni conducta sexual. Si te sientes cómoda con cierta ropa, ¡adelante!, y nadie te puede obligar a nada, sobre todo si tu sientes que no es lo que quieres en ese momento. No estás para cumplir con expectativas íntimas de nadie.
Si la sospecha la tienes, vale la pena explorar el tema. Si crees que encajas en cierta “etiqueta”, está bien explorarla, no tiene nada de malo: las etiquetas son herramientas para darle voz a lo que sientes y, si con el tiempo descubres que no se ajustó a ti, también está bien. Hay que seguirse conociendo, hacer introspección. Esto de conocerse a sí misme en realidad nunca termina: siempre hay algo nuevo en une misme que se (re)descubre.